Los antiguos cántabros sudaban en la sauna
La sauna ha sido hallada en el castro de Santa Marina, en Valdeolea. Hallan en el castro de Santa Marina, en Valdeolea, una gran cabaña que incluía una sala de casi 15 metros cuadrados con ese fin
MIGUEL ÁNGEL PÉREZ JORRÍN| SANTANDER 17 noviembre 2014
Piedras calientes, un recinto acondicionado para mantener el calor, una cisterna de la que se extraía el agua necesario en el mismo lugar, una gran sala de reunión cubierta de casi 60 metros cuadrados... una sauna en el siglo II antes de Cristo que muestra una insospechada perspectiva sobre la vida de los cántabros antes de la llegada de las legiones romanas, un inesperado confort en tiempos indudablemente duros.
Es lo que han hallado los expertos en las excavaciones arqueológicas que se realizan desde el año 2010 en el castro de Santa Marina, en el monte Ornedo en Valdeolea, bajo la responsabilidad de Pedro Ángel Fernández Vega, exdirector del Museo de Prehistoria y Arqueología de Cantabria y director de la Domus Romana de Julióbriga y del Arqueositio de Camesa-Rebolledo, yacimiento vinculado al castro de Monte Ornedo.
Fernández cree que «la complejidad del proyecto ejecutado en el edificio y las prácticas para las que fue concebido, restituyen una imagen cultural de los cántabros más avanzada de lo que se venía estimando».
ANÁLISIS
¿El verdadero Julióbriga?
Pedro Ángel Fernández aventura la hipótesis de que este yacimiento pueda ser la Juliobriga prerromana de las fuentes clásicas. «La naturaleza del yacimiento, un poblado cántabro, de época prerromana y fortificado con murallas, se puede reconocer como un oppidum. Estas características, la presencia de los hitos y la cronología del yacimiento, invitan a valorar la posibilidad de que ésta fuera la ubicación de la ciudad de Julióbriga, la más importante de entre los cántabros según Plinio», asegura.
Durante dos siglos, las excavaciones realizadas en la loma de Retortillo en Campoo de Enmedio han sacado a la luz los vestigios de una ciudad romana posterior al cambio de era, que se ha identificado tradicionalmente como Julióbriga. Sin embargo, según Fernández, director de la Domus Romana de Julióbriga, los hallazgos de las últimas campañas en Monte Ornedo y la evidencia de los términos augustales ponen en cuestión que esas conclusiones puedan seguir sosteniéndose.
«A los pies de Monte Ornedo, las excavaciones de Camesa Rebolledo demuestran que la presencia romana fue intensa en la zona después del proceso de conquista. Los enigmas históricos siguen abiertos. A unas decenas de metros del lugar de hallazgo de la sauna fueron registrados en los muros de una antigua ermita, a finales del siglo XIX, tres términos augustales. Se trataba de mojones de delimitación inscritos que deslindaban el territorio de la ciudad romana de Julióbriga de los prados de la Legión IV Macedónica», recuerda Fernández.
Se modificaría así, en parte, el estereotipo de cántabros mercenarios para la guerra, aguerridos, fieros e indómitos que transmitió el geógrafo griego Estrabón. «Esa imagen –sostiene Fernández– debe reconciliarse con estos hallazgos que sitúan a los cántabros en coherencia cultural con los pueblos del norte peninsular en todos los aspectos. El uso de saunas responde a algo más que ocio. Probablemente se les otorgaban funciones salutíferas. Se ha propuesto por parte de algunos historiadores que cumplieron funciones de culto o para ritos de iniciación. En todo caso, el edificio parece haber respondido a una intencionalidad general de socialización: fue construido y usado de manera colectiva», resume.
La revista científica Munibe acaba de publicar el estudio, planos y hallazgos realizados. Según Fernández Vega, «los trabajos realizados en Santa Marina han sacado a la luz un edificio público de gran tamaño sin parangón por ahora dentro del panorama castreño, hasta ahora conformado por los hallazgos en castros palentinos, formados por cabañas circulares privadas y murallas de iniciativa colectiva de los pobladores». Esta gran estructura mide 24,25 metros de longitud y alcanza los 16,3 metros de anchura. Su superficie total se establece en 303,74 metros cuadrados. La construcción se levantó sobre un aterrazamiento artificial del terreno soportado por muros de contención para contrarrestar la pendiente. Los muros estaban revestidos de un manteado de barro, siguiendo una técnica constructiva bien conocida por las cabañas.
El gran espacio público incluye una sala de 61,10 metros cuadrados que Fernández cree que fue usada como espacio público de reunión o congregación y del que hay paralelos en tierras de los astures. Al este daba acceso a dos espacios: un atrio descubierto y un pasillo que conducía a otra estancia de uso termal. El atrio, sin techo, medía 17,22 metros cuadrados y permitía captar las precipitaciones y desviar el agua de escorrentía –lluvia o desnieve– hacia una cisterna en el lado sur. La cisterna, un aljibe de contención de agua, presentaba la forma de pequeño pozo prismático de boca circular y de 1,30 metros de profundidad. Quedaba dentro de la sala termal, un espacio cubierto en cuyo sector norte estaba la sauna.
La sauna es un habitáculo excavado en la roca hasta una profundidad de 1,46 metros. La sala excavada mide 13,3 metros cuadrados. «Sin embargo –destaca Fernández Vega– al estar revestida en toda su dimensión por un potente relleno de arcillas, deja un espacio útil interior de 7,6 metros cuadrados. «Las arcillas funcionaron como aislante de humedades y como material refractario que se calentaba y absorbía el calor para luego liberarlo lentamente y mantener la sala caldeada más tiempo», estima Fernández, que cree que la cubierta del habitáculo de la sauna pudo tener forma de bóveda de horno.
Durante la excavación, en el centro del espacio de la sauna ha aparecido una fosa rellena con cantos rodados y afiladeras, alterados por la exposición al fuego. «Estas piedras fueron calentadas en el exterior del edificio y luego se introducían en la fosa. El agua disponible en la cisterna servía para hacer aspersiones sobre los cantos de modo que el vapor intensificara el efecto calorífico de las piedras». Los objetos hallados más significativos, además de una clavija de bisagra de la puerta de acceso al edificio, han sido un escoplo, los restos metálicos de asas de un caldero y cuatro fíbulas anulares en forma de omega. Se trata de alfileres o imperdibles para sujeción de ropa que cayeron al fondo del foso de calefacción de la sauna y se alteraron por el calor.
Cronología y batalla
Se han practicado varias dataciones por carbono 14 que establecen la cronología del edificio entre el siglo II a.C. y la primera mitad del siglo I a.C. «Se trataría por tanto de una sauna prerromana, previa al proceso de conquista del territorio protagonizado por las legiones de Roma. Y se enmarca dentro de un gran oppidum de Monte Ornedo, un núcleo de población amurallado con una extensión que alcanzaba las 19,9 hectáreas», explica Fernández Vega. La caída en desuso del edificio parece haberse relacionado con un incendio que causó su destrucción. Al exterior de la construcción apareció un proyectil incendiario de tipología romana que se lanzaba con estopa enrollada y prendida fuego. La madera de su astil, datada por carbono 14, lo emplaza en el siglo II o en los primeras seis décadas del siglo I a.C. Aunque esto indica que sería anterior, no cabe excluir su asociación al momento de las Guerras Cántabras, entre 29 y 19 a.C. Fernández recuerda que «abundantes indicios publicados vinculan este castro cántabro con un episodio de asalto y ocupación por parte de las tropas romanas que se produjo en la puerta oriental del poblado fortificado».
La aparición de una sauna es coherente con lo conocido entre los astures y galaicos dentro de la cornisa cantábrica y el noroeste de la península Ibérica, aunque el edificio cántabro ahora excavado resulta de tamaño muy superior a todos los paralelos previos y se organiza de manera muy diferente.
Las excavaciones fueron posibles mediante la realización de sucesivos Talleres de Empleo subvencionados por el Fondo Social Europeo y el Servicio Cántabro de Empleo a instancias del Ayuntamiento de Valdeolea. El equipo científico ha estado integrado además por los arqueólogos Lino Mantecón Callejo, Joaquín Callejo y Rafael Bolado del Castillo.