COOPERATIVAS ELÉCTRICAS, GENERACIÓN DISTRIBUIDA Y SOBERANÍA ENERGÉTICA
Plataforma para la Defensa del Sur de Cantabria
Hace días, informaba la prensa que Solabria, cooperativa cántabra, comercializará energía “verde 100%” y, al tiempo, apuesta por los grandes parques industriales de la Asociación Eólica de Cantabria, que preside el consejero de Biocantaber (Iberdrola), Agustín Valcarce, de quien la cooperativa dice que es uno de sus “mejores fichajes”.
Si el objetivo de Solabria es comercializar electricidad “verde” generada en grandes parques eólicos, ¿qué la diferencia, entonces, de Gas Natural- Fenosa que ofrece a sus clientes más “concienciados” contratar su tarifa eco, también “100% renovable”?
Solabria, que afirma en su folleto tener como objetivo la generación distribuida de electricidad y un nuevo modelo energético, se contradice cuando apoya los grandes parques industriales eólicos, que son generación concentrada, ruina de los afectados y abusiva ganancia para las corporaciones.
Los grandes parques industriales eólicos concentran la producción eléctrica en los lugares más apetitosos –y que creen más fáciles-, sea cual sea el daño que causen y aunque exija, además, transportar lo generado, por medio de enormes y dañinas líneas de altísima tensión y subestaciones eléctricas, a los lejanos lugares en que es mayor la demanda, llegando incluso a exportarlo al extranjero.
Concentran producción, transformación y transporte eléctrico en manos de los de siempre, el gran oligopolio que sube y sube los precios, genera “pobreza energética” y perpetúa el viejo e insolidario modelo de la producción y la distribución centralizadas.
Un nuevo modelo energético, solidario y justo, como el que apoya Hermann Scheer en “El imperativo energético”, sólo puede nacer de la actividad descentralizada, de una verdadera generación distribuida que busque, no beneficio empresarial, sino lo que la naturaleza ofrece -viento y sol, que están por todas partes-, el autoconsumo, la producción eléctrica a pequeña y mediana escala que abastezca las necesidades propias y de las poblaciones cercanas, reducir el consumo y lograr una mayor eficiencia energética, mermando, al tiempo, los costes energéticos. El camino hacia la soberanía energética exige otro modelo económico y una nueva concepción social de la energía.
Dice Hermann Scheer que “la revolución tecnológica del suministro energético, que conduce al relevo de las energías convencionales, solo puede desarrollarse a través de numerosas iniciativas independientes en muchos lugares diferentes y no a través de una planificación ejecutada de forma tecnocrática por élites políticas y económicas que organicen el proceso gradualmente en el tiempo y el espacio”.
Por ello, contra la pobreza energética no se lucha con la “caridad”, como hacen los políticos, hay que reducir el despilfarro, bajar costes y precios, potenciar, no dificultar, el “autoconsumo”, que es tender a que cada uno genere parte o toda la electricidad que consuma, y propiciar, al tiempo, el “balance neto”, o sea, permitir que la energía que no se consuma en el momento sea vertida a la red de distribución -pública por supuesto- para consumirla cuando se necesite; lo contrario es legislar para bancos y grandes empresas eléctricas. Salvo España, ningún país de la Unión Europea penaliza ésto y, si desapareciesen los gravámenes, impedimentos legales y trabas burocráticas al autoconsumo, éste se generalizaría, pues la tecnología fotovoltaica y minieólica han abaratado mucho sus costes.
No sólo casas individuales, sino naves y pabellones industriales podrían utilizar sus tejados o alquilarlos; ello supondría una gran revolución aquí y, en especial, en los países en vías de desarrollo al permitir que cualquier persona en el último rincón del mundo acceda al bien básico que es la energía.
En el almacenaje, la madurez tecnológica facilita la acumulación -véase el ejemplo del vehículo eléctrico y su carga en casa por la noche- mediante baterías de ión-litio transportables, lo que obliga a preguntarse el por qué de su prohibición, pues el almacenaje de la energía sobrante para usarla cuando se necesite, abarata costes y, además, reduce la sobredemanda. La respuesta, que no está en el viento como en la canción de Dylan, es que no interesa pues reduce el gran negocio de unos pocos.
Es evidente que el gran oligopolio no quiere precios bajos, sino un modelo caro, centralizado, de superredes que requieren el obligado incremento del consumo y los costes de producción/distribución de la energía, por lo que las cooperativas, que, al menos en su teoría, responden a otra idea, no pueden colaborar a ello.
Una reflexión final. “La raíz del problema de la pobreza energética se encuentra en la concepción mercantilista de la electricidad como medio de acumulación. Se trata de la conversión en mercancía de un bien hoy indispensable para el normal desarrollo de la vida cotidiana en nuestras sociedades”. Sebastià Riutort Isern. “Energía para la democracia”. Catarata.