Controlar el territorio.
43 Los domingos, cavilar, Fernando Merodio 17-03-2019
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En el artículo titulado "Controlar el territorio" sobre la trama criminal mafiosa de La Camorra, con centro de actividad en Nápoles, Roberto Saviano, perseguido por saber del tema y escribir sobre lo que sabe, hacía énfasis en que "nada da más seguridad a los jefes que el territorio que controlan", en el que, además, intentan que no actúen los aparatos del Estado.
Hace 100 años, en 1917, Lenin explicaba otra forma de abusivo afán por el territorio y definía la Guerra de 1914 como anexionista, depredadora, de rapiña, "por la división del mundo, por la partición y el reparto de las colonias y de las esfera de influencias del capital financiero (...)", hasta el extremo de que, repito que lo escribía hace 100 años, "el capital financiero, pensando en las fuentes potenciales de materias primas -ahora es otro su pensar- y temeroso de quedarse rezagado en la fiera lucha por las últimas tierras no repartidas o por conseguir un nuevo reparto de las ya repartidas, se esfuerza generalmente en apoderarse de las mayores extensiones posibles de toda clase de tierras, estén donde estén y sirviéndose de cualquier medio".
Saviano y Lenin, cada uno con su manera y objetivos, dejan muy claro cómo se propicia el monopolio, tanto el mafioso como el -similar- el capitalista, al adueñarse y controlar el territorio, y lo explican tan claro que es difícil escribir algo que lo mejore, por lo que voy a tratar, nada más y nada menos, de relacionarlo con lo que ocurre aquí ahora y aprovechar para echar mi cuarto -no a espadas- otra vez a Greta Thunberg.
El intento de ocupación -y control- del territorio por el imperialismo capitalista -¿y mafioso?- es aquí ahora más que evidente y señalo dos arquetipos, el cualitativo minimalista del ofensivo Centro Botín que, sin que nadie explique los motivos, ahora vibra y se le caen sus orgullosas cerámicas, plantado con flagrante ilegalidad en la mejor parcela pública, propiedad de todos los sumisos y permisivos santanderinos, y, por otro lado, el cuantitativo -también cualitativo- y acromegálico de los tallos con aspas de casi 200 metros de altura que otro gran representante del capitalismo, Florentino Pérez, junto a oscuros fondos saudíes, quiere ahora (im)plantar como casi único cultivo en lo mejor de nuestro territorio.
Tenaces frente a incumplimientos legales, a los seis meses de haberlo solicitado, la Plataforma que lucha contra la aberración de tal gigantismo capitalista ha obtenido, hace días, de la Consejería del lobbysta Francisco Martín la "Relación de los parques eólicos -supuestamente- tramitados al amparo de la Ley de Cantabria 7/2013, de 25 de noviembre", en la que se reconoce la flagrante y desvergonzada intención de implantar en Cantabria 24 parques, 731,26 Mw (más que los que prevé el Plenercan), a los que habría que añadir los que -por ser de más de 50 Mw o afectar a otras comunidades- se tramiten en el ministerio del PSOE en Madrid, pretensión que significaría destrozar Luena, San Miguel de Aguayo, Campoo de Yuso, Molledo, Santiurde de Reinosa, Reinosa, Campoo de Enmedio, Valdeprado del Río, Valdeolea, Valderredible, Soba, Ramales de la Victoria, Voto, Rasines, Ruesga, Bárcena de Cicero, Vega de Pas, San Pedro del Romeral, Arenas de Iguña, Corvera de Toranzo, Pesquera, San Miguel de Aguayo, Bárcena de Pié de Concha, Campoo de Suso, Las Rozas de Valdearroyo, Penagos, Liérganes y, sin duda, se me pasa algún municipio.
Es difícil dar ejemplos más evidentes de ocupación "preventiva" del mejor territorio para privar a éste de cualquier uso que no sea el que interesa al imperialismo más ávido que, nadie se engañe, no intenta frenar el cambio climático con la generación eólica -implantada así no es sostenible-, simplemente trata como carroña el territorio para aquí ahora consolidar -aún más- el abusivo monopolio energético y después... ya verá que hace.
El viernes me emocionaba en el centro de la sumisa Santander, junto al lugar de mis fatigas laborales, frente al Ayuntamiento y sus -inútiles- políticos profesionales, viendo a cientos de adolescentes, muchos niños con sus maestros, que exhibían los carteles que ellos mismos habían escrito y dibujado, mostrando su firme posición frente a nosotros, los adultos, y al planeta que queremos legarlos. Al fin ha llegado a la España ocupada en sus ficticios problemas catalán y, dicen que, feminista la marea con afán de tsunami que, con el leve batir de sus alas de mariposa, inició la admirable Greta Thunberg, niña de la muy rica y, también dicen, avanzada Suecia. Esta sí, feminista.
Lo sorprendente de este -espero que- sólido movimiento mundial es que, pese a la escasa edad de sus miembros, sabe lo que quiere, sigue a Greta y otras adolescentes del Reino Unido, Alemania, Bélgica, los USA,..., cuando educadamente, naturales y sin pintarrajearse dicen "no podemos esperar" y, a su modo, revolucionarias advierten que "no se trata solo de reducir las emisiones, sino de justicia; el sistema actual no sirve, porque solo beneficia a los ricos". Como ellas nos dicen, su movimiento era inevitable, no tenían más remedio y, pese a quien pese, hay que hacerlas caso.
Solamente eso, hacerlas caso y ponernos, tras ellas, a la revolucionaria tarea de cambiar esto desde la base, empezando por nosotros y nuestras estúpidamente consumistas formas de vida, intentando evitar que tan limpio movimiento sea contaminado por los peligrosos diplodocus de la política, el sindicalismo, el -llamado- ecologismo,... que están en el origen del grave problema que ellas denuncian y, además de una vez por todas, enterarnos de quiénes y cómo son los miserables con que nos estamos jugando los cuartos, leyendo para ello varias veces, por odioso que resulte, el artículo titulado "Greta" de una, sí una, fiel columnista de Vocento, Iberdrola, Banco Santander, El Correo, afín al mismo progreso que aquí predican El Delirio Montañés y M.A. Castañeda, artículo del que, con asco, acompaño un enlace.
Tal es la cara -más o menos- oculta del enemigo que ha causado el daño -espero que no sea irreparable- que han venido a denunciar esas niñas que, con apariencia más liviana de lo que sugiere el "Resist much. Obey little" -Resiste mucho. Obedece poco- de Walt Whitman o Henry D. Thorau, ellas, femeninas feministas, nos dicen -con razón- que no se fían de nosotros y exigen "empezar a hacer preguntas incómodas sobre cómo reestructurar nuestras economías, quién sale ganando y quién sale perdiendo", responderlas y actuar.